sábado, 30 de noviembre de 2013

ORACIÓN



Recé una oración
a una muchacha con sombrero.
A otra que traía un fortín
entre sus nalgas.
Oré por una joven que lloraba
en una plaza,
y por otra que su caminar
hacia arte.
Recé a la amiga, a la madre
y a la virgen que espera
que le rompan el hechizo.
Alabé a las cajeras de un supermercado,
a las prostitutas que entre sus piernas
tienen los frutos más frescos del mercado.
A las niñas que escriben cartas a los Reyes
y a las reinas que no se cansan de acariciar
a sus vasallos.
Recé una oración a la mujer
de Sur a Norte
y de Oeste a este lugar que ahora es mio.
Tengo la esperanza que alguna de ellas al acostarse
tenga el detalle de nombrarme en sus plegarias
y le diga al dios en que ella crea
que se acuerde de este pobre hombre
que pasó su vida escribiendo

una oración a todas ellas.  


ARMADO



Temo que me detengan
porque voy armado de paz
hasta los dientes.
Poseo un arsenal
de abrazos de construcción masiva
y una bomba
que puede cubrir el planeta
de confeti.
Mis pistolas lanzan palabras
con tanta precisión
que cuando apuntan al blanco
ya no le queda más remedio
que rendirse.
Temo que me detengan
porque en mis secretas reuniones
la gente sólo ríe
y al poder la risa le intimida.
Los poderosos no saben reír como nosotros.
Ellos siempre están pendientes
que no los apuñalen por la espalda.

Nuestra risa es más veraz,
es más tranquila
y siempre puede dejar abierta
la puerta de mi casa
porque si algún ladrón intentara saquearme
y quitarme todo mi armamento y mis bienes
desistiría enseguida
al ver que voy armado de paz

hasta los dientes.


REVERENCIA



Permítame , ya que no llevo sombrero,
que levante la tapa de mis sesos
cuando pasa.
Permítame que le entregue
unas pequeñas reverencias
y sople la arena de su camino andado
para que el polvo
no dañe la blancura de sus pasos.
Permítame también que la ame un poco.
Sólo con un poco tengo bastante.
Permítame, igual que la lluvia a usted moja,
riegue yo las flores de un jardín
que no es mio.
Permítame que adivine dónde aterrizarán
los días que pasan volando,
por si en uno de ellos
se rompe el tren de aterrizaje,
cae,
y puedo permitirme el ayudarla a levantarse.
Permítame que le siga hablando de usted
porque tanta hermosura
merece un respeto.
Permítame que coloqué en sus delicadas manos
estos versos.
Puede ser qué usted los lea
o los lance a la hoguera eternamente.
En ambos casos,
permítame que le diga,
que sé que habrá sonreído
y el tiempo que tarde en leer este poema

usted habrá sido inmensamente feliz.


PINTOR CALLEJERO



Un pintor callejero monta el caballete.
El sol de la ciudad ya llega a la plaza.
Una joven lee en una terraza.
Saca sus pinturas y su lienzo blanco.
Tres ancianos hablan del pasado en un banco.
Comienza los trazos.
Mezcla el color.
Algunos humanos comparten
su brisa y su alrededor.
Enfrente hay ventanas,
edificios altos,
y un escaparate lleno de zapatos.
Pero él pinta un puente, un rio, un muchacho
y un cielo azulado
aunque esté nublado.
Una a una perfila las hojas de un árbol
y a veces parece que salgan aromas
de dentro del cuadro.
Cuando el pintor acaba su ardua tarea
recoge sus cosas,
su bastón,
su perro
y se va a su casa.
El hombre está ciego.