Anaranjados quedan
los charcos
después de la
tormenta.
Los niños creen que
son océanos
y jugando
los intentan saltar
de lado a lado.
Los charcos esperan
los buenos tiempos
para desaparecer,
pero antes miran
hacia arriba
sobre todo
cuando con faldas
pasean las
muchachas.
Ellos llevan dentro
el tiempo pasado de
llovizna
y sobre el asfalto
intentan dibujar
girasoles y
monalisas
o sencillamente
se disfrazan de mar
u océano
con la única
finalidad
de ser saltados.
Ellos, sin saberlo,
se hacen
imprescindibles.
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