domingo, 6 de febrero de 2011

Hay tres cosas que todo ser humano debe tener, para ser considerado
como tal. Una es la sombra, fiel amiga, que siempre te
acompaña, vayas donde vayas, y en los malos momentos sólo tienes
que mirarla para darte cuenta de que caminando a la misma
velocidad que tú y con los mismos rasgos que te definen, ella, en
esos instantes, nunca llora.
Otra es un frasco de besos.Un frasco de esos que van cerrados
herméticamente, pero de fácil apertura. Por si acaso debes de
usarlos en algún momento de emergencia.
Y la tercera de las cosas necesarias es una habitación vacía,
para, poco a poco, ir llenándola de los enseres que uno estime
oportunos.Yo, por ejemplo, la mía, la tengo repleta de flores para
la ocasión. Ocasión, por supuesto, que nunca llega.
Mientras tanto escribo poemas, que es como ir arrancándote
la piel a jirones, y en cada uno de ellos, si lo miras al trasluz hay
un verso.

Los motivos que hacen a uno automutilarse son muy variados.
Unos ojos que brillan como siendo un faro en la oscuridad
del “no tenerte”. Unos andares que huyen formando trayectorias
circulares.De modo que siempre sabes que en un momento dado
van a acabar pasando frente a ti. O una boca que alegre o tristemente,
dominando a la perfección la ironía, siempre sonríe.
Estos son algunos motivos que se inyectan en mi epidermis y
poco a poco la van levantando hasta llevarse por completo pedazos
de mí.
Pero como si de un masoquista se tratase, uno disfruta el
dolor de la ausencia, mientras espera que en uno de los andares,
me permita de nuevo oler su aroma.
Algunas veces, intento abrir el frasco de los besos y se escapa
alguno, pero de los que, por su poco peso, flotan en la parte superior
del tarro. Los auténticos y pesados quedan en el fondo, sin
apenas darse cuenta de mi inútil amago de liberación.
Pero sinceramente, esto de querer tener lo no tenido es una
hermosa manera de seguir respirando, porque cada sonido que
oyes te parece una canción, cada conversación, por absurda que
parezca, es un sueño, y cada cruce de miradas te parece un pretexto
para seguir arrancando la poca piel que te queda.
Y, cómo no, cada papel que llenas de tus palabras y lo lee quien
tú quieres, es como entrar en tu cuarto, escoger las rosas más hermosas,
con cuidado de no lastimarte con espinas, y salir de él,
sonriente, con un ramo de flores para la ocasión.

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