martes, 18 de enero de 2011


Los ojos de la cantante de jazz

miran al cielo.

De repente se cierran

buscando en su interior

la melodía.

La música deambula

por sus venas

y se escapa

por alguna de sus uñas

que desgarran la voz

tras la dulzura.

A la cantante de jazz

le nacen notas dentro.

La doblan y enderezan

los acordes

hasta que al fin

cae rendida en los aplausos.

Grandes.

Muy grandes.

Los ojos de la cantante de jazz

son imponentes.

Ellos,

como un circo de leones y romanos.

Yo,

como un cristiano que muere desolado.

La cantante de jazz

no sólo canta.

La cantante

también vive una triste historia.

Un blues desgarrador

que se apodera

de los abrazos

que le llegan sólo a ella.

Igual uno de aquellos

era el mío,

que fue a estrellarse

contra el suelo del estrado.

Los ojos de la cantante de jazz

miran al cielo,

no notan

como muerto e ignorado

fallece un blues- abrazo

enamorado,

cuando se pierde un abrazo-blues

ensangrentado.

Mientras ella

canta y cierra los ojos

para no verlo.

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